Lunes 22 de marzo del 2010
A las 11:00 de la mañana el Mercado Modelo parece una estatua que ha sobrevivido a las embestidas del tiempo y la mano destructora del ser humano.
El letrero en metal, casi destruido, luce su nombre como una insignia desgastada donde solo se alcanza a leer “do Modelo”
Debajo de este rótulo, una sucesión de números en forma vertical indica la fecha en que fue fundado: 1942.
Según Carmen Soto, vendedora que tiene su tienda al frente del mercado, esta estructura, que hoy parece una tienda de artesanía y no un mercado, en sus inicios estaba dedicada por completo a la venta de frutas y vegetales, práctica que hoy conforma menos del 20% de sus actividades.
Al detenerme en la parte frontal del antiguo edificio, y ascender los catorce escalones que parecen abrir los brazos y darte la bienvenida, se puede sentir el aroma de las mamajuanas, el olor de los tambores y artículos hechos de cuero, junto a las especias aromáticas que se exhiben allí como atractivo para los cientos de turistas que cada día visitan este lugar.
Ya dentro del establecimiento, me sorprendió el contraste formado por su techo alto y descuidado, con el surtido casi exagerado de los pequeños quioscos que hacen gala de su opulencia.
Conversando con Gregorio Martínez, vendedor con más de veinticinco años en ese lugar, me enteré de que en esa variedad de productos no hay uno al que las personas prefieran por encima de los demás, aunque asegura “los visitantes prefieren las mamajuanas y los afrodisíacos”.
Caminando los pequeños pasillos repletos de mercancías del antiguo mercado, se puede sentir el cuerpo casi aplastado por el peso de las piezas que los decoran.
La vista se pierde con la gran variedad que allí de exhibe de machetes, sombreros, estatuillas de todo tipo y personajes, tabacos, porta bolígrafos, tazas, vasos, tambores, carteras para damas y caballeros, trajes de baños, marcadores, collares, mapas, pinturas, máscaras, pilones, y un sinnúmero de suveniles que enumerarlos es una tarea casi imposible.
En la parte trasera, en la puerta que da a la calle Hernando Gorjón, están ubicadas “las botánicas”, donde el olor de esencias traídas de la India, las luces de las velas, junto a las imágenes de los santos, mantienen con vida las viejas supersticiones.
El área dedicada a la venta de frutas y vegetales es una de las, que más llama la atención, porque allí, como madres silenciosas, están las cocinas, alimentando con humildad a sus hijos (los trabajadores del lugar).
Cuando el reloj marcaba las 12:05 minutos de esa tarde, un olor de sazón se mezclaba con el murmullo de los que, entre risas y gritos, reclamaban sus alimentos en los más de ocho negocios dedicados a este servicio.
Allí pude conversar con Mari, propietaria de la cafetería que lleva su nombre, la que me contaba con voz suave al tiempo que escuchaba la Desiderata recitada por Jorge Lavat, que tenía más de diez años trabajando ahí, y que nunca había tenido ningún tipo de conflicto personal con nadie, pues “nos tratamos como hermanos, nos defendemos unos con otros”.
En mesas de cemento, levantadas en los alrededores de estos lugares que venden comida, se pueden ver legumbres, palos de Brasil, y matas de sábila que muestran un vivo color verde.
A las 12:40 p.m. miraba el viejo mercado desde su segundo nivel, donde da la apariencia de una gran ciudad, por la cantidad de alambres que se tiende sobre los Gifts shops que imitan a pequeñas residencias.
El mayor atractivo de esta segunda planta lo forman tres carnicerías y una pescadería, que con su aroma peculiar atraen a ella, como si fuesen moscas, a los visitantes amantes de sus productos.
En la esquina oriental de este piso superior, hay una dependencia del Ayuntamiento del Distrito Nacional, dirigida por el señor Felipe Liranzo. Esta dependencia está encargada de la limpieza del establecimiento, de supervisar los 505 puestos de venta que actualmente forman el Mercado Modelo, y de cobrar el aporte honorífico que los vendedores le pagan al gobierno (que va desde 5 hasta 35 pesos al día).
Según Liranzo, este mercado ha experimentado, desde su fundación, una gran evolución, ya que desde su inauguración hasta inicio de la década de los 70, solo se dedicaba a la venta de legumbres, frutas, víveres, y las cosas que acostumbramos a ver comúnmente en un mercado, pero que luego se comenzaron a introducir en él, de manera casi imperceptible, los objetos artesanales, hasta que hoy más del 80% de su mercancía está conformada por este tipo de producto.
Esa tarde inolvidable, cuando el reloj marcaba las 2:00, salí de allí sin haber adquirido ningún suvenil de los que me ofrecían, pero llevaba conmigo una mezcla de cultura, folklore y emoción que me hizo silbar, mientras caminaba la avenida Mella, “Ojala que llueva café…”