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lunes, 22 de agosto de 2011

Vacaciones cortas; mañana hay clase


A los rectores de las Universidades Privadas


Hay cosas que admiro de las Universidades Privadas, y otras que no tolero. Pero de las primeras no hablaré en esta ocasión, pues me hincan púas inclementes de la segunda rama que no me dejarían alabarlas como merecen.  A los aguijones que me refiero, esos que sacan las almas del reposo obligatorio al que nos somete la naturaleza en determinados instantes, podríamos encontrarlos detrás de la siguiente interrogante. ¿Por qué si el país está en emergencia, algunas universidades privadas, siguen impartiendo docencia, indiferentes a lo que le pueda suceder a sus estudiantes?
En un clima impredecible como el nuestro, donde todo puede cambiar de un momento a otro, y tornar nuestro paraíso en una sucursal del infierno, aun cuando la entrada a este sea por un río de agua, debería haber una autoridad gubernamental que sea la voz oficial encargada de suspender la docencia, en sentido general, pues cada institución que  labora en un Estado está obligada a regirse por sus normas, y a colaborar con el orden del mismo. Me tomo el tiempo de encender una vela en este entierro, pensando en los estudiantes que salen tarde de la noche, y que están obligados a tomar clase, si no las suspenden, por temor a reprobar una materia.
Es verdad que en nuestra nación, y sobre todo en nuestra querida Universidad Autónoma, abusamos de cualquier cosa para suspender la docencia, pero si estamos amenazados por un fenómeno cuyos efectos son impredecibles, creo que ninguna institución, por suspender las labores un día, por el bienestar de sus alumnos, pierde “su importancia”.
Es muy fácil para un rector que tiene su medio de transporte, tal vez de lujo,  o para un profesor, que también anda montado, decir que no habrá suspensión, cuando son los pobres estudiantes, que a veces están en sus instituciones no por tener dinero de sobra, sino por ahorrarse  en tiempo lo que  gastan  en dinero,  los que tienen que mojarse tarde de la noche, y esperar dos hora una guagua o un carro público, si es que aparece, para que los lleve a sus casas empapados como pollos.
Hoy me topé con muchachos, estancados en el dilema de si ir a clase o perder un examen que tenían para este día dentro del programa de clases. Los países pequeños no crecen divididos, y eso incluye a la masa estudiantil, a la que tantas veces se refieren nuestros directores como el futuro del país. Pero parece que se les olvida a sus intelectuales mentes que para que haya un mañana, tenemos que asegurarnos de terminar el hoy. Solo espero que  la tormenta Irene se mantenga alejada de nuestra capital, bañándose en las playas tropicales de la costa este, para que mañana no tengamos que lamentar las decisiones de personas que en todo caso son las menos afectadas.